Desde la primitiva comunidad apostólica, y ya antes la comunidad judía en tiempos de
Jesús, oraba “en días” y en “horas
determinadas”. Jesús nació “de
un pueblo que sabía orar”; de una familia fiel a la ley de Moisés y a la
oración ciertamente también “en días y horas determinadas”.
Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura
se encuentra sin duda la Liturgia de las Horas […] “En la Liturgia de las
Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece
a Dios sin interrupción (cf. 1 Ts 5,17) el sacrificio de alabanza, es decir, el
fruto de unos labios que profesan su nombre (cf Hb 13,15). Esta oración es la
voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo,
con su cuerpo, al Padre” (Benedicto XVI, ‘Verbum Domini’ 62)
Artículos
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