"... hasta que se forme
Cristo en vosotros" (Ga 4, 19)
A través del Año litúrgico, la Iglesia celebra "todo el misterio de Cristo",
nos introduce en él, para que gradualmente vayamos consiguiendo en plenitud el
fin de toda la liturgia y de toda la vida cristiana: nuestra progresiva
asimilación, configuración con Cristo Jesús.
En el itinerario del "círculo del Año", como lo llaman los textos
litúrgicos, hemos llegado a la Cuaresma. Tiempo de gracia y salvación.
Tiempo en el que la madre Iglesia pide que nos entreguemos "más intensamente a la escucha de la Palabra
de Dios y a la oración" para que, destacando sobre todo "los elementos bautismales y
penitenciales propios de la liturgia cuaresmal" celebremos con gozo el
Misterio Pascual de Cristo (cf. SC 109).
Los Padres de la Iglesia y la liturgia presentan la Cuaresma como verdadero
"sacramento pascual", el "paschale
sacramentum" del que hablaba tanto el papa san León Magno. Toda la
liturgia es celebración de este "paschale Mysterium o sacramentum",
pero la Iglesia mira hacia él y centra en él de manera especial su atención a
lo largo de los 90 días que acabamos de iniciar: los 40 de la cuaresma, como
camino de preparación hacia la Pascua y los 50 de prolongación, que recibirán
su plenitud en el cumplimiento del Misterio pascual con la solemnidad de
Pentecostés.
La Cuaresma del ciclo B, en el que nos está acompañando el evangelista san
Marcos, recibe el calificativo de "cristológica", apelativo que
vale en realidad para toda la liturgia, que siempre es "ejercicio del sacerdocio de Jesucristo" (cf. SC 7). Pero
al reservar de manera particular este calificativo para el ciclo B se quiere
subrayar cómo los evangelios de los cinco domingos de Cuaresma están centrados
en Cristo de una manera explícita y muy
directa.
Iniciamos el primer domingo con
el recuerdo de Jesús que, "empujado
al desierto por el Espíritu, se deja tentar por satanás" y se
convierte así no sólo en modelo para todos nosotros, sino en el protagonista de
nuestra victoria sobre el mal. En el Oficio de lectura leemos aquellas palabras
de san Agustín que iluminan todo nuestro itinerario cuaresmal: "En
Cristo estabas siendo tentado tú,
porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación (...)
Reconócete a ti mismo tentado en él,
y reconócete también vencedor en
él".
La Palabra de Dios en la primera y segunda lectura de este primer domingo
nos recuerda que entramos en la Cuaresma conscientes de que con el Bautismo
hemos sido inmersos en Cristo Jesús, hechos "hijos en el Hijo".
Que, en coherencia con el Bautismo que hemos recibido, vivamos como criaturas resucitadas y nuevas,
para gloria de Dios Padre, en el Espíritu. "Cuantos
fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte, sepultados
por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de
entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros
vivamos una vida nueva" (Rom 6,4).
En el segundo de Cuaresma,
contemplamos al Señor "transfigurado", "Icono de la Belleza que
salvará el mundo". Purificados por la escucha de su Palabra, le pedimos al
Padre que podamos, "con mirada
limpia, contemplar la gloria de su Rostro".
El evangelio según san Juan sustituye a Marcos en los tres domingos sucesivos y nos va presentando a Jesús como el único templo verdadero del culto
grato al Padre (domingo 3º), a Jesús,
signo y don del amor del Padre a nuestro mundo (domingo 4º), Jesús
grano de trigo que, enterrado, resucitará y dará así fruto abundante, el
fruto de la salvación de todos los hombres y de la perfecta glorificación de la
Trinidad Santa.
Con el Domingo de Ramos la liturgia nos introducirá en la gran Semana
Santa.
Podemos concluir volviendo una vez más al texto del evangelio del primer
domingo de Cuaresma. En él se nos recuerdan las primeras palabras que el
evangelista Marcos pone en boca de Jesús al inicio de su misión: "Se ha cumplido el plazo: está cerca el
Reino de Dios. Convertíos y creed la buena Noticia".
El designio salvífico del Padre se ha ido realizando a lo largo de la
historia y, con la encarnación del Verbo de Dios, ha llegado a su cumplimiento,
a su plenitud (cf. Ga 4,6). Hemos
llegado a la plenitud del tiempo establecido por la Trinidad para la salvación
de la humanidad. Al inicio de la Cuaresma, esta palabra del Señor resuena como
una interpelación apremiante a la
conversión, al cambio de mentalidad, a dejar toda mediocridad y la vida no
conforme a la voluntad del Padre, para dar expresividad plena a lo que ya somos
por el sacramento: hijos de Dios en el Hijo unigénito Jesucristo.
Los hombres y mujeres del siglo XXI tienen derecho a buscar y encontrar en
cada uno de los cristianos, de los bautizados, esos "otros Cristos",
que pasen por el mundo haciendo el bien, como Jesús, que como él vivan con
talante de hijos y hermanos la vocación cristiana que se nos ha regalado en el
Bautismo.